Esto, aunque pueda parecer obvio, es algo muy positivo. Si definimos el trauma en términos de lo que me ocurrió, por ejemplo, haber recibido una paliza, siempre seríamos personas marcadas por ese abuso. A fin de cuentas, no podemos volver al pasado a cambiar lo que sucedió.
En cambio, si lo vemos como lo que cambió dentro de nosotros a raíz de ese suceso, por ejemplo, las dificultades para hacer cosas que solíamos, el miedo a lugares o situaciones, las creencias que se establecieron sobre nosotros y sobre el mundo… Esas heridas sí pueden ser sanadas.
Cuando adoptamos esta perspectiva del trauma, viéndolo como una herida que puede sanar, cambiamos la narrativa. No lo definimos por lo que ocurrió, sino por cómo lo integramos y transformamos.
Nunca dejaré de ser una persona que recibió esa paliza. Eso no lo puedo cambiar. Sí que puedo no dejar que eso me defina, puedo volver a esa zona que antes me gustaba y ahora me da miedo, puedo volver a disfrutar de conversaciones a solas, puedo hacer nuevos amigos y vencer el miedo que aparece con las personas nuevas.
El trauma con el que lidiamos en nuestro día a día, no es el golpe inicial, son las heridas que este nos hizo. Y eso es una noticia fantástica, porque no podemos cambiar lo que pasó, pero sí podemos sanar lo que dejó a su paso.
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