Aprender no significa acertar. Acertar no significa haber aprendido.
Muchos de los sistemas en los que vivimos enrolados, miden nuestro rendimiento, valía o calculan los recursos que merecemos en base a los resultados que conseguimos.
Esas métricas tienen cierto sentido de cara a un sistema comparativo y basado en méritos. Por desgracia algunas veces nos terminan calando bien profundo, lo que nos lleva a asumirlas en nuestro día a día.
Centrar nuestro esfuerzo en controlar el resultado de una prueba es condenarnos al fracaso antes de haber empezado siquiera. ¡ojo, no digo que no influya, por supuesto que, a más estudio, más probable es aprobar y sacar buenas notas! Pero está claro, que independientemente de lo que estudiemos, en algún momento de la vida llegará una pregunta mal formulada, un examen imposible, un día de despiste durante la prueba…
Cuando intentamos algo fijándonos especialmente en el destino, se desenfoca el camino. Cuando me fijo en cuán bien estoy andando, ando raro. Cuando me fijo en qué impresión doy gesticulando, mis movimientos se vuelven robóticos, cuando me fijo en el ángulo de mi tobillo, el paso de baile no me sale.
¿Cuántos exámenes has aprobado en tu vida sin sentir que estabas realmente preparad@?
¿y cuantos suspendiste a pesar de dominar el temario y habilidades que te pedían?
La mejoría no implica perfección, aunque la perfección sí pasa por mejoría. Cuando nos enfrentamos a retos, sean cuales sean, buscar el rendimiento perfecto paradójicamente no suele ser el camino hacia el rendimiento correcto. Tratar de pensar en el siguiente paso y de simplemente, seguir avanzando hacia él puede darnos mejores resultados y sobre todo, paz mental.
¿Cuando haya aprendizaje habrá mejoras en el rendimiento? Seguramente sí
Pero el cambio a nivel personal que implica pasar de apuntar hacia el rendimiento perfecto a ver qué puedo mejorar y cómo puedo entender más aunque eso no me lleve a hacerlo perfecto, no es pequeño.
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